Calor del fin del mundo

“Este calor insoportable”, piensas. Sin embargo, este es un calor soportable, lo sabes, recuerdas el trópico mexicano, el año que viviste allí, sudando por solo existir (la existencia suda porque produce calor). Recuerdas el cuerpo húmedo a toda hora, despidiendo ese olor a vinagre todo el tiempo, como el resto del mundo en ese rincón olvidado del proyecto cardenista. 

“Me vale madre, es insoportable, pinche calor de fin del mundo, tener que vivirlo yo que cuido cada gota de agua de la que me llega después de los tandeos, yo que no como animales”, piensas hastiada. 

Hastiada. Te resignas a abrir esa cerveza que tienes horas recreando en tu mente. “No, es martes, mañana madrugo”, te dices. Pero eres muchas, todas ellas con una voz propia, internas delirantes. “No mames, si sólo te tomarás una, ábrela ya y déjanos descansar un poco”, te dice la menos paciente.

Vas al refrigerador con la intención de meter unos segundos tu cabeza en el congelador, y en eso, se te atraviesa la hermosa botella ámbar. “Chingue su madre, una y ya, me estoy durmiendo”, te confortas, aunque sabes que es una idiotez pensar que la cerveza te va a despertar por más fría que esté. Pero esa es la bondad de los vicios, funcionan para las razones que en cada momento te vengan en gana. 

Quitas la corcholata con tu blusa bañada en sudor, y tomas el primer trago: ese delicioso sabor amargo capaz de borrar las otras amarguras (las de tu mente enredada en dilemas existenciales). 

De pronto, todo fluye: la lectura en inglés para una materia fumadísima (que por fumada es tu juguete más nuevo), la imagen de la hermosa escritora cuya biografía acabas de terminar, la idea del cuento que tienes que escribir para tu taller de los sábados, las ganas renovadas de andar de metiche (sociológicamente hablando).

Todo, todo fluye en tu mente, que es donde siempre has habitado, allí donde has creado y recreado el mundo tanta veces, allí donde puedes hacerlo.

Ahora comprendes por qué la gente del trópico es tan feliz a pesar de tanta miseria.

Comentarios