Con calma, la ciudad

Aún no se por qué termino los días tan descolocada cuando ando a pie en Tijuana, y no es nuevo, me pasaba cuando era adolescente y me movía en taxis o calafias todo el tiempo. No me urge la respuesta. Lo que sí es nuevo es darme cuenta  que los espacios te cargan o descargan la energía, los ánimos y pueden inspirarte un profundo amor así como una profunda tristeza. Entonces, allí me tienen desde el bulevard Insurgentes hasta el centro, y luego de regreso, percibiendo todo tipo de estímulos visuales, olfativos y epidérmicos, y sintiendo cómo mi mente y mi corazón se empiezan a retorcer. Por ahora resguardo mis oídos para la música que me mantiene en calma y concentrada (o sea Cerati, Paez, Spinetta y Babasónicos), y sé que pierdo mucho al no escuchar a la ciudad tal cual se presenta, burda y sin maquillaje, en un simple trayecto en taxi, sin embargo, aún estoy con el corazón y el alma convalecientes de un cambio abrupto de residencia (yo era muy feliz en Aguascalientes), así que poco a poco. "Con calma, Ariadna" - me digo-, "no hay prisa, sé como los taxistas: sin prisa por llegar, porque saben que habrán de llegar."











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