Otras experiencias, otros pensamientos

En una de las primeras sesiones que vi del taller con LR, éste afirmaba que las enseñazas se comprenden después de un tiempo, el justo para lograr el estado de madurez que cada una de ellas requiere. Esa madurez no tiene que ver con la edad, decía LR, tiene que ver con las experiencias vividas y con el grado  de disposición psicológica y afectiva que permiten avanzar a estados de conciencia tal que las enseñanzas finalmente se incorporan. Así que ni se esfuercen por tomar notas, continuaba, lo único que hay que hacer es escuchar y un día, sin que lo esperen, eso que han escuchado empezará a tener sentido.

Recordé esto justo hoy a medio día cuando, en medio de las preparación del desayuno, entendí ese axioma que he escuchado desde septiembre que empecé a hacer yoga: la mente produce pensamientos porque eso es lo que hace. Lo he escuchado en cada práctica, entre asana y asana, en cada ejercicio de respiración, a media sesión de meditación, pero finalmente lo comprendí hoy tras percibir con intensidad el olor del huevo a la mexicana que me preparé para desayunar. 

Habían pasado semanas sin cocinar. Absorbida por las prisas, había retomado ese mal hábito de salir de casa sin desayunar y comer cualquier cosa ya estando en el trabajo. Pero esta mañana desperté con mucha hambre y con ganas de prepar mi comida, así que sin pensarlo mucho me puse a picar todo. Ya con todos los ingredientes en el sartén quise corroborar qué tan potente estaba el chile serrano que agregué completo al huevo, porque el antojo era de un desayuno picante. Así que cerré los ojos y acerqué la nariz al sartén  para aspirar el vapor intensamente. Sentí la picazón del chile en la nariz y después me entregué al rastro de los ingredientes integrados que el vapor capturado dejó en mi olfato. De inmediato se dibujó en mi mente la imagen multicolor de esos huevos a la mexicana y salivé al integrar a esa imagen el sabor de la tortilla y el café. 

En ese instante que duró el olor del desayuno y la recreación del mismo ya servido todo lo demás no sólo pasó a segundo plano, sino que lo olvidé: la prisa, la preocupación, ese rastro de melancolía que me acompaña todo el tiempo a todas partes, los planes, lo que estaba escuchando, todo, aboslutamente todo quedó fuera de mi cabeza durante esa experiencia olfativa. Cuando abrí los ojos, ya alejada mi cabeza de la lumbre, vi en su completa perfección el proceso de cocción de mi comida, y entonces comprendí que la mente produce pensamientos a partir de las experiencias, y que, por lo tanto, puedo cambiar el tipo de pensamientos que ella produce si cambio las experiencias.

Recordé lo que sentía cuando empecé a cocinar porque dejé de comer carne, y el efecto de estas sensaciones en la forma de afrontar mi enfermedad. Cocinar me sacó del estado de angustia y desesperanza en que quedé sumida con el diagnóstico que vino después del yodo, y después eso se extendió a toda mi vida. Por mucho tiempo, los pensamientos catastróficos dejaron de dominar porque unos más potentes tomaron las riendas de mi mente: el de la esperanza y el rancimiento. Y esos pensamientos sólo fueron posibles por las experiencias que vinieron con el hecho de cocinar mi propia comida.

¿Qué pensamientos se producirían si me doy una pausa para tener experiencias placenteras, aunque sean así de sencillas como oler mi comida?