Pastilla rosa número treinta

Es redonda y rosa, sin inscripción alguna en sus caras, sólo una línea que la atraviesa partiéndola en dos, para poder partirla en caso de que se requiera reducir la dosis -supongo. No veo qué otra función pueda tener esa línea que, por otra parte, está presente en todas las pastillas. Hoy es la primera vez que me detengo a ver la última pastilla rosa de una caja con treinta. No me sé su nombre, tampoco la investigué, y durante las últimas veinte nueve noches no le había prestado atención. La he tomado con la actitud de quien quiere hacer como que no pasa nada. 

Compré la caja la misma noche que vi a R. No quise dejar para la mañana siguiente porque incluso estando en la sala de espera, antes de hablar con R, estaba pensando "¿en verdad vas a hacer esto?, ¿en verdad lo necesitas?, ¿cómo sabes si no puedes lograr el mismo resultado sin esa pastilla?". Por eso, de allí me fui directo a la farmacia, intentando no escuchar mucho a esos pensamientos que se iban haciendo cada vez más fuertes e intentando compensarlos con la única certeza que tenía en ese momento: "si me espero a mañana haré lo que he hecho hasta hoy con todas las pastillas que he tomado en mi vidal: la investigaré toda la noche, rastrearé toda la información sobre sus efectos, los riesgos y su eficacia, no dormiré dándole vueltas a la información y evaluando si debo o no empezar a tomarla". 

De la farmacia me fui directo a la casa. Ya era noche, así que podía empezar con ella en ese mismo instante. Abrí la caja, saqué una y me la tomé, en verdad no me di tiempo para pensar nada. No reparé en nada, sólo en que era rosa y era grande. Esa noche debía tomar sólo la mitad y una completa todos los días siguientes. "Es la etapa más fuerte del tratamiento: la primer noche", me dijo R antes de terminar nuestra sesión. Me dijo también que fuera de un incremento del hambre y algo de somnolencia al principio, mientras mi cuerpo se habituaba a ella, no debía presentar ningún otro efecto secundario.

-¿Debo hacer caso a esa hambre o puedo ignorarla?, le pregunté. Conforme la pregunta iba saliendo de mi boca la iba sintiendo un poco estúpida, pero por mi cabeza pasaba la idea de que si me daba hambre era porque, quizás, la pastilla estuviera haciendo trabajar a mi cuerpo y éste, como respuesta, me exigiera alimento. Pero no había terminado de plantear mi punto cuando R respondía con un movimiento de cabeza negativo a la primer parte de la pregunta.

-Entonces, ¿no pasa nada si decido no comer en caso de que sienta ese incremento del hambre? -continué. 

-Come normal, como comes siempre, y no más -atajó.

Esa noche caí dormida de forma abrupta y pesada, como si todo mi ser hubiera sido bañado en acero. Tan pesado era el sueño que sentí que ni el hambre repentina que me había invadido antes de caer dormida pudo hacer que me levantara de ese sillón. Lo único que me movió de allí a la cama fue la necesidad de no amanecer el día siguiente torcida, con dolor de cuello y, peor, de espalda. "Si me tuerzo, no podré hacer yoga", pensé. Y todos los meses anteriores lo único que me había ayudado a reducir la ansiedad, a mantenerme en una sola pieza, a reconstruirme y a estar atenta en mi había sido el yoga, así que no quería romper lo que hasta entonces había logrado con mucho mucho mucho mucho esfuerzo. 

Me sorprendió lo rápido que había hecho efecto la pastilla y la forma tan pesada de dicho efecto. No podía dar un paso sin tambalearme y todo a mi alrededor se difuminara y pulsaba al mismo tiempo. Los seis pasos que hay de mi sillón a la cama se sintieron riesgosos bajo el efecto de la pastilla. Me sentía como borracha, y como tal caí tumbada en la cama cuando llegué a ella. Por un instante me dio miedo: "no quiero estar así todas las noches o, pero aún, todos los días", pensé. Pero era tal el sueño que rápido mi cabeza se movió a lo más apremiante: acostarme. No sé cómo me pude poner la pijama, apagar las luces y meterme a la cama. Pero lo hice, y una vez dentro caí profundamente dormida.

Dormí diez horas sin interrupción.Y soñé: soñé un sueño nítido y completo, incoherente como cualquier sueño, pero era sueño, no pesadilla. Nisiquiera el medicamente para dormir que había estado tomando un mes antes de la pastilla rosa había logrado eso. "Con que esto es dormir", pensé al despertar. Tres noches antes de ver a R y empezar el tratamiento había llorado mucho: "¿qué le pasa a mi cerebro que no puedo dormir?", era la pregunta que iba y venía a cada instante, sobre todo en las noches cuando, después de acabar el tratamiento para el sueño, no podía lograr desconectarme y descansar. 

J y O me dijeron que tanto los ataques de pánico que había vivido a principios de diciembre, la ansiedad crónica de los últimos dos años (por lo menos), y el problema de sueño que tengo desde hace ocho años eran la forma en que mi cerebro me protegía. Esa afirmación retumbó a lo largo de aquellas tres largas noches en las que el insomnio regresó con más potencia: "¿qué tan grave es el problema del cual mi cerebro me protege de formas tan crueles?", pensaba. Y lloraba de la impotencia de no poder tener idea, de no poder ver, la fuente de tanto trastorno. 

Así que, poder dormir y soñar como lo hice aquella noche tras la primer pastilla rosa fue para mi como una primera vez en muchos años. Desperté sola, a las 8 am, no recuerdo las alarmas porque no me despertó ninguna de ellas. Sólo abrí los ojos y ya era de día. Empecé a recordar mi sueño, y una pequeña sensación de esperanza  me invadió: dormir y soñar, como un cerebro sano lo hace, era una buena noticia después de tantos y tantos años de dormir a cachos, teniendo pesadillas cada noche, invariablemente, y despertar cansada y triste, más de lo que me sentía antes de dormir, un maldito círculo vicioso del que apenas empiezo a darme cuenta. 

- ¿Cómo has podido llegar hasta aquí bajo esas condiciones?, me preguntó J. Él fue quien me recogió la noche en que tuve el ataque de pánico en el centro de la ciudad, y quien finalmente me sugirió abiertamente la necesidad de iniciar tratamiento psiquiátrico. 

- ¿Por qué?, le pregunté. Conforme le iba respondiendo las preguntas del historial clínico realizó aquella noche mientras me yo volvía a mi misma, veía en su rostro una expresión de sopresa y los gestos cada vez más endurecidos. Mi duda era genuina: vi gravedad en su mirada y su pregunta me la confirmó.

- Tienes una depresión aguda no sólo por los muchos duelos y procesos por los que has pasado sin ayuda y sin atender, sino porque además has estado así por muchos años. Me sorprende que no te haya pasado una crisis de pánico antes de esta, me dijo. 

Sí me habían pasado, pero apenas a la luz de mi conversación con él fue que lo recordé. Me habían pasado varias veces, y en todas supuse que era una reacción circunstancial derivada del estrés de cada momento. No tenía forma de entenderlo de otra manera: no tenía ni la información, ni la sensibilidad sobre el tema, ni la conciencia ni la atención en mi misma que ahora tengo. ¿Que cómo llegué hasta aquí? Ni yo misma lo sé, pero sí sé que he llegado en pedazos, deshaciéndome en cada paso andado, reconstruyéndome como he podido para poder levantarme y seguir, con el cuerpo enfermo y agotado, y con el alma y el corazón exhaustos. 

Por eso, la mañana después de la primer pastilla rosa, sentí esperanza. No fue una mañana ni un día normal. Era domingo y me la pasé echada en el sillón viendo series y descansando, no porque estuviera casada sino proque la pastilla me mantuvo dopada hasta entrada la tarde. Me sentía dopada pues estaba dopada. Me costaba articular las palabras, mi pensamiento era lento al igual que mi lengua, me sentía somnolienta pero no podía dormir porque no tenía sueño, sólo estaba aletargada. R me dijo que así me sentiría, así que decidí que ese día no haría nada. Y pese a estos efectos, me sentía esperanzada: había dormido y soñado como no lo había hecho un mucho tiempo. 

Esta noche es la última de esa primer caja, a la cual le seguirán muchas más. No debería estar despierta a esta hora, pero necesito escribir mi paso por este proceso porque muchas cosas han cambiado y necesito tener registro de esos cambios. Todo es "primera vez" desde aquella primer pastilla rosa porque hacía tanto tiempo que había dejado de funcionar de forma equilibrada que ya no recordaba cómo se sentían situaciones como dormir, descansar, pensar y reaccionar dentro de rangos aceptables para mi propio bienestar. He llegado a pensar que quizá en verdad jamás había funcionado dentro de dichos rangos, y he llorado al pensarlo: toda una vida alerta, en vigilia, acelerada y reaccionando a la defensiva ante todo y todos los que me rodean. 

Toda la información sobre la ansiedad y la depresión que he revisado coincide en que estos dos estados son respuestas de sobrevivencia a un mundo hostil frente al cual una se siente amenazada. Pero sobrevivir es muy cansado. Ahora me toca desactivar mis conexiones dañinas a ese mundo, crear otras formas de interactuar con él de tal manera que que pueda empezar a vivir. Y quizás eso es lo único bueno de la pastilla rosa, que por un tiempo me permitirá tal equilibrio químico que pueda centrar todas mis energías y mis esfuerzos en terminar de atravesar la larga noche de mi alma. Hay quienes le llaman sanar, otros le dicen liberación, y hay lxs que hablan de toma de conciencia. No me importa el nombre, pero ese proceso se siente como volver a mi.