Tensión


Necesitaba estar fuera, hoy no podía estar encerrada. Hay días en los que para reunir mis partes y andar en una sola pieza requiero de contemplar la vida que hay alrededor: contemplar el despliegue espontáneo y al unísono de los mundos paralelos que le conforman. Ni de cerca sentía la potencia del desarraigo que aquellas noches de diciembre me llevaron a distintos puntos de la ciudad poniéndome en situaciones complicadas, indeseadas. Aún así, tomé el carro y arranqué sin tener total certeza de mi dirección final. Sólo sabía (sentía) que necesitaba estar fuera pero en un lugar donde no hubiera tanta gente.

Paré aquí, en esta playa, a una hora de transición. No salí del carro, lo que necesitaba ver, escuchar y oler estaban frente a mí, sin mucha complicación. Entre mi música, el tránsito de la tarde a la noche, el ir y venir de la gente, logré la calma que por alguna razón perdí a lo largo del día. Un rebote de ansiedad muy ligero.

De pronto llegó la hora en que todos abandonan la playa: frío intenso del pacífico norte. Una oleada de personas se iba acercando al auto, estacionado justo en el nacimiento de esa calle que termina frente al mar. Por ambos lados la gente avanzaba como dirigiéndose a mi, y entonces lo noté: la espalda alta, los hombros, el cuello, la mandíbula y mi rostro estaban tensos, comprimidos, rígidos; mis manos apretaban el manubrio, mi mirada perdida y sin atender nada en concreto, más atenta a lo que sucedía en la periferia de mis ojos; la respiración superficial, contenida en el tórax, corta y acelerada. Estaba expectante, en espera de la amenaza.

Desde hace casi un mes me di cuenta que la tensión se transfirió a mi boca. Antes era en el entrecejo o en las orejas, el cuello o el pecho. Pero he logrado desactivar esos puntos de tensión permanente, y de pronto... los labios apretados. Hoy me di cuenta de la tensión por eso, pero la novedad fue que me di cuenta de la situación que lo ocasionó: la gente acercándose a donde me encontraba... la gente acercándose a mi. 

A: ¿Le temo a la gente?! ¿Por qué le temo a la gente?
a: Son un poco ruidosos, y están borrachos, vienen en bola, seguro buscan problemas y ...
A: ... y son hostiles....¿Son hostiles?

Nadie iba hacia mi, nadie tenía como propósito acercarse a mi, yo no existía para ellos. Pero siempre he siempre hasta hoy había sentido lo contrario: me he sentido perseguida, vigilada, acechada... en peligro. Por eso le temo a la gente: si me descuido, me van a agredir. 
A: ¿Sí?
a: ... parece que no, por lo menos no éstos que están en la playa...

Y entonces los pude ver tal cual, sólo siendo personas saliendo de la playa, rumbo a su auto, riendo con sus amistades, hablando con sus familias, contentas de poder estar en la playa con su gente en una tarde muy calurosa. Les vi nítidamente: seres siendo, sólo eso... vida desplegándose y compartiéndose. Sentí deshacerse toda la tensión. Bajé el vidrio de la ventana y les puse atención: risas, pláticas, pasos, música acercándose o alejándose, autos encendiendo y arrancando. 
A: ¿Y sí he sido yo, mi forma temerosa y desconfiada de acercarme a la gente, mis prejuicios sobre ella, la razón de mis experiencias hostiles y problemáticas con la gente? ¿Y si ellas [las personas] se sienten amenazdas por mi, porque mi temor y desconfianza me hacen tomar una actitud defensiva? ¿La desconfianza es hostil?
a: Sí, porque no hay razón para desconfiar, es sólo mi prejuicio.

Se fue la tensión mientras mi mente iba y venía entre estas preguntas. La playa se fue quedando sin gente, sólo unos cuantos grupos o familias esparcidas. Una fogata a lo lejos alumbraba el horizonte oscuro. A mi lado un alto muro y una familia de perros que se asomaban desde arriba. Se me fueron algunos minutos contemplándolos, ya mucho más tranquila y muy sorprendido por el descubrimiento de mi tensión. Alcé aún más la vista y me quedé viendo el cielo: negro, estrellado.

Cerati de fondo: "Un compás de luz el faro dibujó en el mar, con un beso azul la espuma se convierte en mar"

Al final, fue un buen sábado.

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