Sanar colectivamente

Si se escarba bien se encuentran las conexiones entre la psicología, la filosofía occidental, la filosofía y las religiones orientales. En todas aparece la apelación a la autoindagación como parte importante (central) de los procesos terapéuticos/de sanación/de autoconocimiento (etc.) y a la necesidad de espacios, pausas y silencios para poder lograrlos.  Incluso hay imágenes que comparten todas para referir a distintos momentos o estrategias en estos procesos. Por ejemplo, para referirse a a los orígenes de los "problemas" anímicos/mentales, o para hablar de las etapas de crisis, de búsqueda, de confusión o de liberación, en todos se recurre a referencias como el árbol, el laberinto, el hilo enredado, la tormenta de mar, el vuelo. 

No me sorprende, en realidad, el conocimiento no se construye desde cero nunca. Sin embargo, se reafirma una desconfianza añeja de mi parte hacia la psicología y la filosofía occidental (moderna) que tiene que ver con el hecho de que éstas ponen el centro al individuo, incluso de sus procesos psíquicos y anímicos. Es decir, para sanar, el individuo debe escucharse a él mismo, hablar con él mismo, adentrarse en él mismo para resolver lo que le tiene perturbado, en crisis o desconcertado, y el único interlocutor permitido es el psicoterapeuta, que dicho sea de paso prácticamente sólo modela el ambiente y las condiciones para que este proceso individual avance con cierto cauce. Al final, el proceso terapéutico lo lleva a cabo el individuo fuera del consultorio en un proceso individualizado, silencioso en cuanto a lo que realmente importa decir. Un soliloquio silencioso para quienes le rodean. Tiene sentido, entonces, que como estrategias recurran a los diarios, las cartas que jamás se enviarán a quienes fueron escritas, o incluso hablar en voz alta con una misma. 

A diferencia de esta estrategia, las filosofías y religiones orientales ponen un acento importante en el colectivo-la comunidad en el proceso de atención y resolución de estos procesos psíquicos-anímicos. Socializar el dolor, la tristeza, el enojo, la frustración (asociados actualmente a cuadros de depresión, ansiedad, etc., etc.) es central para poder conectar, tanto con una mismo como con los demás, porque al final de cuentas es el tema de la conexión lo que está en juego en gran parte de estos momentos críticos de la psique. Pero no podemos conectar con una mismo si no conectamos con los demás, porque no sólo lo que somos está en parte modelado por lxs otrxs, sino que lo que sentimos y la forma de sentirlo tiene raíces sociales. Y sólo en la socialización de las emociones podremos conectar con esta parte, y al hacerlo estaremos mucho más cerca de conectar con una mismo. Es así que el espacio de sanación privilegiado en el pensamiento oriental sea aquel donde se pueden reunir las personas a realizar prácticas de sanación que, además, se realizan al unísono y de forma sincronizada (esto último lo tienen todas las religiones: modernas o antiguas, occidentales u orientales). 

Yo prefiero las estrategias colectivas, socializadoras. Hace tiempo una amiga, psicóloga, me dijo que le escribiera cartas a la persona que me había lastimado para que pudiera dar salida a las emociones que en ese momento me tenían perturbada. "Escríbele cartas, pero no se las envíes, son una estrategia en el proceso psicoterapéutico". Intenté hacerlo pero no pude, lo sentía como algo raro, sin sentido. Hoy, leyendo tantas cosas sobre el proceso de duelo desde la psicología de nuevo emergen esas estrategias, y de nuevo he intentado hacerlas, pero siguen sin serme naturales. Pero hoy, a diferencia de hace varios años, entiendo por qué, gracias a joyitas de la filosofía oriental y la psicología desde la perspectiva de género que me han permitido ver la parte social de estos procesos. 

O quizá todo esto sea, más bien, únicamente el camino que me funciona mejor en mi propio proceso. Aunque no creo que sea sólo eso. Hay algo en la interacción cotidiana con las personas que es curativo para el ánimo.