Soñé una despedida

Soñé con usted, y fue lindo volver a verle, especialmente porque estaba muy contento.

Llegábamos de la calle su esposa, su hijo y yo. Nos movíamos sin prisa pero con agilidad. Ellos estaban tranquilos pero serios y callados, yo estaba tensa, porque me pongo tensa cuando siento en el ambiente emociones y cosas que no se dicen pero que están flotando en el aire haciendo  todo alrededor denso y pesado. 

Entramos a su casa y allí estaba usted, esperando sonriente y emocionado. Se veía un poco más delgado, con su cabello corto y parecía recién bañado. No estoy segura, pero casi puedo afirmar que vestía una camisa roja. Nos recibió con emoción, mucha. En estado de shock, su  esposa y su hijo respondieron a su saludo, a su abrazo. En sus rostros podía ver que el mundo se les nubló, de nuevo, y pese a que se movían parecían empujados por la inercia. 

No le quitaban la vista de encima. Tras los primeros momentos de confusión, su esposa empezó a llorar, desconsolada pero feliz de tenerle enfrente. Se sentó llorando, y jamás le quitó los ojos de encima. En el rostro de su hijo tardaron un poco más en salir las lágrimas, a él le cuesta mucho llorar. Pero vi claramente que sus gestos pasaron de la sorpresa, a la tristeza y a un ligera felicidad que se manifestaron juntas en un ligero llanto. Su hijo lo abrazó fuerte, y usted a él también, fue un abrazo largo, su hijo recostó su cabeza en sus hombros. Sé que lloraba, pero no lo vi. Desde la mesa, su esposa les veía, llorando, incrédula, sorprendida, desconcertada, pero feliz.

Usted y yo no nos saludamos, en cuanto entré a la casa y lo vi me fui al sillón y desde esa esquina me limité a verles y a no interrumpir su reencuentro. Usted estaba allí por ellos, no por mi, y no les iba a robar a ellos el tiempo que tuvieran con usted. Además yo también estaba en shock, pero supe rápidamente que era temporal su presencia y que si era posible que usted estuviera allí era por una razón: la oportunidad de la despedida. 

Su hijo también lo sabía. Lo noté en su rostro, en el ligero llanto que se permitió había rastros de alegría por volver a verle pero también de dolor porque sabía que sólo era para poder despedirse, esa oportunidad que le arrebato esta maldita época. Él no le dejaba de ver, nade de nosotros podía hacerlo. Yo no podía dejar de sentir alivio, dentro de mi confusión, por saber que pese  todo el dolor pasado podía estar allí en ese momento para poder compartir con ellos sus últimas y más hermosas expresiones de felicidad, su amor a su familia, y el ritual de la despedida final. Sentía fuerza y calor en mi pecho, también lloraba, y deseaba que ese momento se dilatara lo más posible. 

De pronto apareció su otro hijo, para quien parecía que su presencia no era algo extraordinario. Se acercó a usted, lo saludó, ambos estaban sonrientes, alegres. Se aligeró un poco el ánimo, todos empezaron a reír y a platicar. Sus hijos le querían mostrar el trabajo que habían hecho en el piso de arriba y lo hicieron subir, todos subimos, le mostraron las paredes terminadas, blancas, el techo terminado.  Usted empezó a hacer planes para esos espacios, entre usted y sus hijos empezaron a hablar de ellos, su esposa los veía sonriente. Todo estaban sonrientes, todos estábamos contentos. Yo les acompañaba pero no decía nada, sólo les veía y compartía con ustedes la alegría. 

Pero había algo que usted no parecía saber. Usted estaba allí como si nunca se hubiera ido, como si estos últimos cinco meses no hubieran pasado. Usted no sabía lo que había pasado, para usted era sólo un día más en el que recibía a su familia después de un día de trabajo. Todos nos dimos cuenta de eso desde el momento que entramos a su casa y lo vimos, porque su reacción al ver nuestras caras en shock le parecieron confusas y exageradas, y así lo dijo. El desconcierto que nos invadió era por eso, la tristeza, que nunca se fue pese a la alegría de un breve momento, era porque todos sabíamos que usted tenía que saber qué pasaba, y al saberlo ya no podría continuar más tiempo allí. Decirle a usted lo que había pasado era la despedida, y jamás volveríamos a verlo, otra vez. 

Cuando bajamos del segundo piso todos nos sentamos en la sala y le vimos, le escuchamos, compartimos con usted su alegría, su sonrisa, su emoción. Era inagotable la energía que irradiaba, era enorme su felicidad de estar con su familia. Pero ella sabía que tenían que decirle. De pronto él y su hermano voltearon a ver a su mamá, quien le quitaba los ojos de encima a usted, y le decían que tenían que decirle, "tenemos que decirle mamá". Ella intentó ignorarlos lo más que pudo, sin quitarle jamás los ojos de encima a usted, quien no paraba de platicar. "Tenemos que decirle mamá, tenemos que decirle", decían una y otra vez, volteando a verla a ella, con los ojos llorosos pero seguros de que era lo mejor para todos. Ella no pudo evitarlo, de pronto volteó a ver a sus hijos y dijo "sí". 

Yo, sentada en el extremo del sillón, con la mirada yendo y viniendo entre usted, su esposa y sus hijos. Empecé a llorar, desconsolada, se me salieron las lágrimas sin poder evitarlo más, sentí una opresión en el pecho y lancé sollozos. Tanto tiempo contenida, tanto tiempo sin poder o sin saber cómo reaccionar a su partida, sin poder entender cómo paso todo, por qué pasó todo, y en ocasiones sintiendo la necesidad de que fuera una pesadilla. Lloré y ya no pude parar. Mientras, su esposa y sus hijos trataban de lograr un poco de calma para poder encontrar la forma de decirle a usted. Pero eso era muy difícil, ¿cómo interrumpirle, cómo poner pausa a la alegría y felicidad que a usted le daba el poder hacer plantes con ellos?, ¿cómo decirle que había muerto si en su rostro no había espacio para nada que no fuera su enorme sonrisa?, ¿cómo decirle que debía irse, que podía estar en paz?, ¿cómo iban a decirle que con el tiempo iban a estar bien? 

Después de un rato en el que sus hijos y su esposa pensaban en la forma y el momento para decirle, volvieron de nuevo sus miradas a usted. Con llanto en los ojos y sonrisas de felicidad todos le contemplamos, le escuchamos, compartimos con usted la emoción de los planes, compartimos con usted su felicidad. Nadie volvió a decir nada sobre contarle lo que había pasado. Nos limitamos a estirar lo más que se pudiera el tiempo con usted en espera del momento adecuado para decirle adiós.