Conversaciones en solitario

 Hablo sola. Desde niña lo hago. Cuando no estoy con personas, hablo sola. 

A veces soy yo mi interlocutora, dejo que mis pensamientos se materialicen en sonido, dejo que mi diálogo interno suene para mí. Otras, mis interlocutores son personas cercanas, aquellos con quienes sé que  podría  tratar los temas o asuntos sobre los que divago en soledad. Pero a veces, mi interlocutora no tiene rostro, ni nombre, y a veces ni género. Sólo hablo a lo humano, que en mi mente toma una forma de persona que va mutando a cada segundo, como si fuera humo siendo una cosa distinta en cada instante. 

En todos los casos, suelo tener conversaciones profundas, largas,  complejas, que suelen dejarme reflexionando. Mis interlocutores siempre tienen respuestas a mis preguntas, planteamientos, incluso tienen reacciones a las que yo también respondo. Esto, hablar sola, me ha permitido llegar a conclusiones importantes sobre mi, mi vida y, en general,  La vida. 

Jamás he podido hablar con una persona real de la forma en que hablo cuando estoy sola. Quizás porque cuando lo hago, aunque me cuestiono,  me contradigo, me argumento, y me rebato, jamás me des/califico. Hay una diferencia grande, ahora lo noto.

Cuando he intentado hablar así con las personas, han sido escasas las ocasiones en que esa persona se permite no juzgar(me) o no des/calificar(me). Yo misma, he sido así. Si yo fuera otra, esa "otra" que habla sola por las razones que expongo, no hablaría conmigo: esta que he sido, la yo tangible, la que es fuera de mi mente, es en extremo pre-juiciosa, soberbia y vanidosa: le gusta escucharse más que escuchar. 

Pero también hablo sola porque esas cosas que converso en solitario suelen ser incómodas: la mejor de las veces, suelen ser callejones sin salida; otras son laberintos con senderos sobre los que no se puede regresar; otras más son precipicios ante los cuales sólo hay una posibilidad: caer.  En cualquier caso, mis conversaciones conmigo son caminos a la desorientación, y siempre he sabido que a nadie nos gusta perdernos. Esa sensación es, sencillamente aterradora. 

Y, además de que generalmente nadie queremos entrar en esa sortilegio, ¿qué derecho tengo yo de abrir puertas que no se quieren ver? Ya suficiente malestar puedo provocar siendo pre-juiciosa, vanidosa y soberbia cuando alguien me plantea una idea u opinión. 

Hace poco vi a un amigo. En este proceso de re-conectarme con la ciudad y las personas, necesitaba intentar empezar con lo conocido. El resultado fue desgarrador. No sólo me sentí más vacía y aislada de lo real, sino que planteé preguntas y temas que no tenía derecho a plantear. ¿Por qué esta manía mía por cuestionar todo sin antes recordar que para cada pregunta hay un tiempo, porque las posibles respuestas requieren que estemos listos para ellas? 

Pasé una semana sintiéndome terrible: cruda existencial elevada a una potencia mayor a la que ya tenía antes de eso. Lo único que me ayudó a regresar un poco a mi fue está idea de las frecuencias vibratorias de las personas. No me interesa si es científico o pensamiento mágico, estoy hastiada del racionalismo cientificista occidental. Sólo sé que esa idea me salvó porque descubrí algo: nunca más quiero callar mis pensamientos, mis reflexiones o mis emociones, por más incómodos, trágicos, decadentes, incongruentes, ilógicos, incompletos e, incluso, equivocados, y para ello no volveré a sacrificar mi voz por el miedo a pare-ser loca o estar sola. 

Hoy, estoy totalmente dispuesta a re-conocer mi lado oscuro, la forma específica de mi locura. Y ardo en deseos por aceptarla y abrazarla de forma conciente. Porque siempre ha estado allí, pero en mi intento por hacerme de un lugar entre las personas, la he negado y es, precisamente por eso, que he lastimado. Pero esa parte oscura, ese mi infierno personal, tiene luces no perceptibles fuera de ella: es allí donde se activan ciertas formas de visión imposibles en el lado "luminoso".

Afortunadamente, hoy puedo hablar sola en cualquier lugar sin tanto miedo ni vergüenza: me pongo el manos libres y me hago "invisible" al adherirme a la norma. 

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